Comentario
En realidad, el primer ejército que se enfrentó a Alejandro en Gránico no constituía, ni mucho menos, el máximo esfuerzo que podían realizar los persas. De hecho, el Imperio acababa de pasar su propia crisis dinástica (Artajerjes había sido asesinado en el 338 a.C.), y Darío III, su sucesor, ni siquiera estaba presente en el campo de batalla.
El Imperio persa estaba formado por un núcleo originario de la dinastía aqueménida (Persia y Elam), un centro económico y demográfico (Mesopotamia y, en especial, Babilonia) y una serie de provincias o satrapías de enorme extensión (Egipto-Libia era sólo una de un total de veinte), gobernadas por nobles de sangre persa y, a menudo, miembros de la familia real, que actuaban con independencia en los asuntos cotidianos.
A lo largo de miles de kilómetros, y pese a la red de carreteras que se construyó, era imposible reunir fuerzas de todo el Imperio, de modo que se suponía que cada satrapía habría de resolver con sus fuerzas los problemas locales. Si la amenaza se revelaba grave, entonces actuaría el Gran Rey con su propio ejército persa y las levas locales y mercenarios que fuera necesario reclutar para complementarlo.
En el año 334 a.C., el núcleo del ejército aqueménida estaba formado por los miles de hombres de la infantería profesional de la Guardia Real, caballería persa acorazada y buenas unidades de caballería ligera procedentes de las estepas del este de Persia; algunas de estas fuerzas servían de guardia a los sátrapas en provincias. A este núcleo podían añadirse contingentes de tropas mercenarias griegas o de regiones periféricas del Imperio; además, los llamados kardakes (quizá una imitación persa de los hoplitas); incluso unidades especiales de carros armados con guadañas; y finalmente, grandes masas de milicias de infantería local de escaso o nulo valor militar.
Sin embargo, en el Gránico, el ejército contra el que chocó Alejandro era bien diferente. Y aquí nos enfrentamos con un problema clásico en Historia Antigua: tenemos fuentes complementarias que a la vez son contradictorias: por un lado, Arriano y, en menor medida, Plutarco y Justino; por otro, Diodoro Sículo. Este último autor es el que ofrece (17,19) una más cuidada descripción de las fuerzas persas, que incluye un detallado orden de batalla de las siete unidades de caballería (aparentemente de entre mil y dos mil hombres cada una, lo que coincide con la base decimal de la organización militar persa), que sumaban unos diez mil jinetes. Proporciona, además, el nombre de muchos de los comandantes persas de caballería, así como las nacionalidades de las tropas: paflagonios, bactrianos, hyrcanios y medos, entre otros.
Aunque la descripción de las unidades de caballería es coherente y plausible, sus cifras son increíbles en lo que se refiere a los infantes: cien mil; entre ellos, mercenarios griegos. En cambio, según Arriano (1,14,4), que es, en general, más fiable como fuente aunque no proporcione tantos detalles sobre este particular, los persas contaban con 20.000 jinetes y 20.000 hoplitas mercenarios griegos, encuadrados en una falange griega normal. Esto último no era ninguna novedad: desde hacía muchas décadas e incluso siglos, mercenarios griegos combatían en Oriente al servicio de faraones egipcios y reyes orientales; al fin y al cabo, los famosos Diez Mil de la Anábasis, y el propio Jenofonte, no fueron sino mercenarios griegos al servicio de una facción en lucha por el trono de Persia. Dados los problemas sociales y económicos de las ciudades griegas, ésta era una profesión reconocida y en modo alguno degradante a ojos de los griegos que permanecían en la Hélade: ya veremos por qué insistimos en este detalle.
No parece que antes de la batalla del Gránico los persas hicieran levas locales, lo que indica, por un lado, que no se consideró necesaria una movilización general y por otro, que el ejército persa era poderoso y bastante homogéneo, contando con buena caballería pesada y ligera y una infantería griega que era incluso más sólida, y estaba mejor entrenada y armada, que cualquier infantería persa incluyendo los Inmortales. Tampoco era de temer que combatieran con poco ardor contra otros helenos, sobre todo si eran macedonios semibárbaros.
La mayoría de los autores modernos acepta, pues, un ejército de unos 40.000 persas. Sin embargo hay buenas razones para creer, siguiendo a A. M. Devine y a J. Fuller, que el contingente de mercenarios no era superior a los 4.000-5.000 hombres de Memnon que aparecen citados previamente por Diodoro (17,7,3-10) y Polieno (Estratagemas 5,44,4). En conjunto, pues, y coinciden con Fuller y Devine, parece lo más probable que el ejército persa contara con entre 10.000 y 20.000 jinetes (y mejor la primera cifra que la segunda, contra Hammond), y con unos 5.000 hoplitas. Un ejército provincial reducido pero potente, cuya número y composición ayuda a entender mejor que cualesquiera otras cifras la peculiar formación de batalla de los persas y el desarrollo del combate. Es un buen ejemplo, además, de las dificultades que plantean las fuentes (todo esto sin contar con Justino, que se descuelga con la cifra de 600.000 persas (11,6,11).
Uno de los problemas que afectaban al ejército persa era, sin duda, el viejo síndrome de "mucho jefe para tan poco indio". Las fuentes citan entre los altos oficiales persas al mismísimo yerno de Darío, Mitrídates; a los sátrapas de Cilicia (Arsames), Frigia del Helesponto (Arsites), Jonia (Espitridates), Capadocia (Mithrobuzanes), Frigia (Atyzes), además de otros grandes personajes de la familia real, el rodio Memnon y Omares, jefe de los mercenarios. El desarrollo de la batalla, y la elevada tasa de muertes entre estos jefes, demuestran que aunque los sátrapas podían luchar valerosamente y morir al frente de sus hombres -dando un ejemplo que luego Darío III no iba a seguir- no tuvieron control alguno de la batalla, que se desarrolló al ritmo que marcó Alejandro.
El ejército macedonio, modelado según las reformas realizadas por Filipo, no estaba en el Gránico al completo de sus efectivos. Pese a lo que algunos autores modernos han inventado (porque no hay la menor referencia en las fuentes), ante el Gránico el rey Alejandro no llevaba casi ninguno de sus contingentes griegos aliados, que guarnecían todavía las costas del Egeo, sino sólo sus doce mil falangistas e hipaspistas macedonios (divididos en seis regimientos o taxeis de falangistas a 1.500 hombres, es decir, unos 9.000, además de 3.000 hipaspistas), unos mil infantes ligeros y un fuerte contingente de unos 5.000 jinetes; no hay nada que nos autorice realmente a elevar las fuerzas macedonias a 32.000 infantes y 4.500 jinetes (Diodoro,17,17), que eran el total de lo que Alejandro llevó a Asia.
Así pues, los macedonios contaban con unos 18.000 hombres frente a, probablemente, unos 15.000 o, como máximo, 25.000 persas. Los dos ejércitos estaban bastante equilibrados: el mejor entrenamiento y coordinación de los macedonios quedaba en parte compensado por la posición defensiva escogida por los persas. En todo caso, y en la batalla del Gránico al menos, el mito de las incontables masas de asiáticos dispuestos a aplastar por el número al diminuto y profesional ejército macedonio debe quedar como lo que en buena parte es: un mito construido desde época imperial romana.